El Licenciado Carlos Gradin nos presenta este artículo que recorre la vida diaria del área de La Boca y el Riachuelo desde el archivo personal de fotografías de Benito Quinquela Martín. Esta nota fue publicada originalmente en la publicación de la Autoridad de Cuenca Matanza Riachuelo (Acumar) titulada "El Riachuelo de Benito Quinquela Martín".
Reproducida con permiso del autor. |
por Carlos Gradin (www.acumar.gov.ar/)
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Carlos Gradin es Licenciado en Letras (UBA), escritor y periodista. Trabaja en la Coordinación de Comunicación e Información Pública de ACUMAR. Escribió diversos ensayos y artículos sobre arte y tecnología en Argentina, y sobre diversos temas relacionados con el Riachuelo. Integra el colectivo Expediciones a Puerto Piojo dedicado a recuperar la “historia de la última playa de Buenos Aires”, ubicada junto a la desembocadura de este río. En 2011 publicó el libro de poesía (spam), y actualmente está terminando su tesis de Doctorado (UBA).
Todas las fotografías incluidas en esta sección pertenecen al Archivo del Museo de Bellas Artes de Artistas Argentinos Benito Quinquela Martín.
En uno de los papeles más antiguos del archivo de Quinquela, un cronista de la revista Fray Mocho descubre al pintor, todavía desconocido, empastando cartones en la ribera del Riachuelo.
Como dice Víctor Fernández, Director del Museo de La Boca, el archivo personal de Quinquela refleja los cambios sucesivos en la vida del pintor. Aquella memoria familiar, hecha de los primeros recortes de notas aparecidas en los diarios, junto a las fotos de sus padres y amigos en su atélier, iba a dar lugar a una toma de consciencia sobre la importancia que adquiría su obra.
Las fotografías se vuelven más profesionales, provenientes de viajes y recepciones en galerías de Europa y Estados Unidos.
Pero con el tiempo, el archivo también empezaría a incluir notas de la municipalidad, pedidos de reuniones con funcionarios y demás documentos sobre las gestiones de Quinquela en los años en que fue construyendo los edificios de su complejo educativo, social y cultural en La Boca, siempre frente al río.
Las series de fotografías documentan el avance de estas obras, desde los terrenos donde fueron proyectadas hasta las fiestas de inauguración. Entre catálogos de muestras, reseñas de sus pinturas y noticias de sus viajes por el mundo, el archivo de Quinquela se convierte, además, en la memoria de una institución como el Museo de Bellas Artes, con sus reuniones con funcionarios y la compra de los cuadros que compondrían su patrimonio.
Así, la vida de Quinquela acaba fundiéndose con la del barrio y las instituciones creadas por él. El mismo Quinquela se trasladó a vivir en los altos del Museo, con sus ventanales abiertos al puerto del Riachuelo, mientras las ceremonias de la Orden del Tornillo, con sus cenas de premiación, sus brindis y discursos, incluidos en el archivo en forma de fotografías y notas de prensa, acabarían consolidando otra dimensión de su vida: la de un anfitrión permanente, un esmerado relacionista, capaz de invitar a sus reuniones a personajes tan dispares como Tita Merello, el navegante Vito Dumas o el ex-presidente de Indonesia, Achmed Sukarno.
Vestido con traje de almirante en esas cenas, Quinquela era un embajador honorario de la República de La Boca, extendiendo lazos de amistad con el resto del mundo.
Entre tanto, el Riachuelo era el telón de fondo de esos eventos, con los que Quinquela armó un gran álbum de fotos, poblado de festejos, registro de obras públicas y retratos, reunidos en carpetas tituladas “Marina”, “Barcos”, “Puerto”, “Inundaciones”...
En ellos, Quinquela reunió fotos de autoridades haciendo fila para dar discursos de agradecimiento. Y de viejos trabajadores homenajeados por su vida dedicada al puerto. O de participantes amontonados para subirse a los barcos de una procesión náutica.
Actos en recuerdo de marineros fallecidos tras el hundimiento de un buque. Actos por la declaración de “Lugar histórico” de Vuelta de Rocha. Y por la instalación del busto del Almirante Brown. En el archivo se suceden las escenas de un barrio que crece de cara al río, entre aglomeraciones, fuegos artificiales y fogatas de San Juan.
Pero también hay una carpeta de fotos de inundaciones, reunidas a lo largo de más de sesenta años, con sus postales de calles cubiertas de agua, vecinos en botes y guardias civiles acercándose a ayudar. Y otra de retratos del cementerio de barcos, con sus quillas abiertas y los armazones herrumbrados, que pasaron casi todo el siglo XX acumulándose en las márgenes de Barracas y La Boca.
Cuando en los ‘50 empiezan a multiplicarse las notas de revistas argentinas y del extranjero sobre este barrio “pintoresco, bohemio y marginal”, Quinquela también las incorpora a su archivo.
El resultado es una colección de imágenes de la vida de Quinquela mientras ésta va fundiéndose con la historia del río.
Estas son las fotos que elegimos publicar, fotos de un Riachuelo que despertaba en Quinquela una atracción tan grande como para dedicarle una vida entera a pintarlo pero, también, a reunir imágenes donde sus propios recuerdos se continúan, sin solución de continuidad, con los de aquél.
Hoy el puerto de La Boca es un paisaje solo presente en antiguas fotografías y postales, aunque al acercarse a las orillas aún subsistan sus marcas, muchas de ellas dejadas allí por Quinquela, o en hitos desperdigados, como los viejos galpones de astilleros y depósitos, los comercios dedicados a la venta de eslingas y otros aparejos, o a los servicios de buceo.
En uno de los recortes guardados en su archivo, un cronista pasea por el río hasta detenerse en la Plazoleta de los Suspiros, donde se queda charlando con un viejo marino que le habla de los tiempos en que hasta allí se acercaban las mujeres a despedir a los hombres que partían en sus barcos.
Con el tiempo, los álbumes de Quinquela se convirtieron en una memoria del Riachuelo y, sobre todo, de las emociones que supo despertar en quienes se acercaban a contemplarlo, como lo hacían los pintores asomados al borde de la ciudad, y como lo hacen casi todos los protagonistas de estas fotos.
Las fotografías se vuelven más profesionales, provenientes de viajes y recepciones en galerías de Europa y Estados Unidos.
Pero con el tiempo, el archivo también empezaría a incluir notas de la municipalidad, pedidos de reuniones con funcionarios y demás documentos sobre las gestiones de Quinquela en los años en que fue construyendo los edificios de su complejo educativo, social y cultural en La Boca, siempre frente al río.
Las series de fotografías documentan el avance de estas obras, desde los terrenos donde fueron proyectadas hasta las fiestas de inauguración. Entre catálogos de muestras, reseñas de sus pinturas y noticias de sus viajes por el mundo, el archivo de Quinquela se convierte, además, en la memoria de una institución como el Museo de Bellas Artes, con sus reuniones con funcionarios y la compra de los cuadros que compondrían su patrimonio.
Así, la vida de Quinquela acaba fundiéndose con la del barrio y las instituciones creadas por él. El mismo Quinquela se trasladó a vivir en los altos del Museo, con sus ventanales abiertos al puerto del Riachuelo, mientras las ceremonias de la Orden del Tornillo, con sus cenas de premiación, sus brindis y discursos, incluidos en el archivo en forma de fotografías y notas de prensa, acabarían consolidando otra dimensión de su vida: la de un anfitrión permanente, un esmerado relacionista, capaz de invitar a sus reuniones a personajes tan dispares como Tita Merello, el navegante Vito Dumas o el ex-presidente de Indonesia, Achmed Sukarno.
Vestido con traje de almirante en esas cenas, Quinquela era un embajador honorario de la República de La Boca, extendiendo lazos de amistad con el resto del mundo.
Entre tanto, el Riachuelo era el telón de fondo de esos eventos, con los que Quinquela armó un gran álbum de fotos, poblado de festejos, registro de obras públicas y retratos, reunidos en carpetas tituladas “Marina”, “Barcos”, “Puerto”, “Inundaciones”...
En ellos, Quinquela reunió fotos de autoridades haciendo fila para dar discursos de agradecimiento. Y de viejos trabajadores homenajeados por su vida dedicada al puerto. O de participantes amontonados para subirse a los barcos de una procesión náutica.
Actos en recuerdo de marineros fallecidos tras el hundimiento de un buque. Actos por la declaración de “Lugar histórico” de Vuelta de Rocha. Y por la instalación del busto del Almirante Brown. En el archivo se suceden las escenas de un barrio que crece de cara al río, entre aglomeraciones, fuegos artificiales y fogatas de San Juan.
Pero también hay una carpeta de fotos de inundaciones, reunidas a lo largo de más de sesenta años, con sus postales de calles cubiertas de agua, vecinos en botes y guardias civiles acercándose a ayudar. Y otra de retratos del cementerio de barcos, con sus quillas abiertas y los armazones herrumbrados, que pasaron casi todo el siglo XX acumulándose en las márgenes de Barracas y La Boca.
Cuando en los ‘50 empiezan a multiplicarse las notas de revistas argentinas y del extranjero sobre este barrio “pintoresco, bohemio y marginal”, Quinquela también las incorpora a su archivo.
El resultado es una colección de imágenes de la vida de Quinquela mientras ésta va fundiéndose con la historia del río.
Estas son las fotos que elegimos publicar, fotos de un Riachuelo que despertaba en Quinquela una atracción tan grande como para dedicarle una vida entera a pintarlo pero, también, a reunir imágenes donde sus propios recuerdos se continúan, sin solución de continuidad, con los de aquél.
Hoy el puerto de La Boca es un paisaje solo presente en antiguas fotografías y postales, aunque al acercarse a las orillas aún subsistan sus marcas, muchas de ellas dejadas allí por Quinquela, o en hitos desperdigados, como los viejos galpones de astilleros y depósitos, los comercios dedicados a la venta de eslingas y otros aparejos, o a los servicios de buceo.
En uno de los recortes guardados en su archivo, un cronista pasea por el río hasta detenerse en la Plazoleta de los Suspiros, donde se queda charlando con un viejo marino que le habla de los tiempos en que hasta allí se acercaban las mujeres a despedir a los hombres que partían en sus barcos.
Con el tiempo, los álbumes de Quinquela se convirtieron en una memoria del Riachuelo y, sobre todo, de las emociones que supo despertar en quienes se acercaban a contemplarlo, como lo hacían los pintores asomados al borde de la ciudad, y como lo hacen casi todos los protagonistas de estas fotos.
Entrada de La Boca del Riachuelo. 1890
“El Drumond” en Vuelta de Rocha. 1948
Vuelta de Rocha. Sin Fecha.
“La Boca es un canto que de día tiene un
acompañamiento de guinches y de sirenas en
la fecunda brega portuaria. De noche, cuando
la tarde ha dejado su última claridad entre las
sombras de las calles, y al colorido de las
paredes lo envuelve un aire enlutado, suenan los
acordeones, se oyen ‘canzonetas’, vuelve la vida
a las venas del barrio y se escapa el sueño de las gentes junto al Riachuelo”.
“El río, con sus aguas quietas y sus desolados
barcos, erguidos sobre sus cascos, que desafían
la piel de la noche y las aguas sin olas bajo la
luz amarillenta del puente Avellaneda, es como el
corazón de este vecindario”.
“Un día en el barrio de la Boca”. La Nación, 5 de
abril de 1964
Procesión náutica de San Juan Evangelista. 1939.
“En esa plazoleta donde el Riachuelo y su fiel compañera
-la calle Pedro de Mendoza- doblan hacia el este, no
es difícil hallar a viejos marinos que contemplan con
nostalgia el partir y regresar de los barcos. Barcos de nombres que son recuerdos de mujeres o patrias lejanas:
‘Cara Anna’, ‘La Golondrina’, ‘Liguris’, ‘La Lucía’. Otros,
de reminiscencias operísticas: ‘La forza del destino’”.
Revista Imagen, agosto de 1965
Vuelta de Rocha. 1952.
“Quinquela Martín (...) conoce el caserío que se estira
a lo largo de los diques, con sus “barberías”, conciertos
cosmopolitas y “recreos”, donde el “bagre al chupín”
comparte su cetro con el Conte Rosso; y conoce el
inmenso puente negro, mudo testigo de aquel largo y continuo desfile, y sabe distinguir el espíritu que lleva
el alma, hasta el pecho del marino, que canta en la
noche una antigua canción rusa, o renueva en sus
notas el recuerdo de la madre Francia”.
La Razón, 1918.
Procesión náutica de San Juan Evangelista. 1939.
Procesión náutica de San Juan Evangelista. 1939.
Martín Rodríguez y Pedro de Mendoza. Sin fecha.
Lamadrid e Iberlucea. 1938.
Las inundaciones de La Boca fueron parte
de la vida cotidiana de sus habitantes
hasta 1998, cuando el Gobierno de la
Ciudad terminó las obras de ingeniería
en la Avenida Pedro de Mendoza. Desde
entonces, los desbordes del Riachuelo
son contenidos mediante un sistema de
bombas hidráulicas construidas bajo la
rambla, elevada en altura, para almacenar
el agua de las crecientes en depósitos
subterráneos, antes de desbordarse en
las calles y alcantarillas, y ser devuelta al
río una vez disminuido su nivel.
Brown y Mendoza. 1938.
Palos y Lamadrid. 1940.
Inauguración de Caminito, frente al Riachuelo. 1959
Público frente a la Fragata Sarmiento. 1948.
La Semana del Mar fue una de las celebraciones
más importantes de La Boca, organizada por la Liga
Naval Argentina, con la participación de organismos
oficiales y agrupaciones del barrio reunidos en un
lugar considerado como “la cuna de la navegación
en nuestras aguas”, según una crónica de la época.
Con el Riachuelo y la Vuelta de Rocha como escenario, la Semana del Mar incluía desfiles
de batallones, procesiones náuticas, regatas,
exhibiciones de embarcaciones, misas, discursos
de autoridades y entregas de premios a hombres
del puerto, obreros marítimos y portuarios, entre
otros eventos que reunían multitudes en el puerto y
sus alrededores.
Feria Municipal en Vuelta de Rocha. 1938
“Yo he vivido, he sufrido, he jugado en la calle;
tengo por la calle un amor extraordinario, intenso,
profundo. La calle da la sensación de una gran
libertad, de la cual yo gozaba con toda amplitud.
Nadie sabe, sino los muchachos de aquellos tiempos, lo que era apoderarse de la calle. He
jugado en la calle a todo lo que hay que jugar”.
“¿Cuál es su origen? Responde el popularísimo Quinquela”.
“¿Cuál es su origen? Responde el popularísimo Quinquela”.
Jornada, 26 de septiembre de 1931
Día de San Martín. Reunión de gauchos en Vuelta de Rocha. 1945
“El desfile, la marcha de los gauchos, comenzó al
atardecer. Los 200 jinetes dejaron el Riachuelo.
(...) La columna fue desdibujándose a lo largo de
la calle Pedro de Mendoza. Se iban los integrantes
de la manifestación tradicional. Se iban como se fue
Don Segundo Sombra, hacia un horizonte limpio, en
busca de amor y libertad. Y en el busto de San
Martín quedaron dos ramos de flores, enlazados como símbolo del contenido y la expresión de la
fiesta: uno de los gauchos y otro de los pescadores
de La Boca”.
“Realizóse ayer un desfile gauchesco en Homenaje al General San Martín”.
“Realizóse ayer un desfile gauchesco en Homenaje al General San Martín”.
La Nación, domingo 19 de
agosto de 1945.
Fuegos artificiales “a bordo”. Feria Municipal. 1938
“Barrio bravo y sentimental, internacional y criollo,
temible y hospitalario, donde lo cotidiano tiene siempre
algo de aventura y donde lo descomunal o desmedido
–la goleada, el arrebato pasional que ciega, el rasgo heroico, la compadrada o la gauchada– es el clima
elemental de su vivir corriente”.
Revista Aquí está, mayo de 1945
Construcción del Puente Brown (Nuevo Puente Avellaneda), 1939.
Viejo Puente de Barracas. Sin fecha.
Vista bajo el Nuevo Puente Avellaneda. 1948.
Quinquela y el poeta Bartolomé Botto en el puerto. 1934.
“Quinquela en un paseo fluvial por el Tigre”
“Su habitación-atelier está en el cuarto piso, y la
pared que mira hacia el puerto es totalmente de
vidrio, lo que permite contemplar de un golpe el
panorama del Puerto Viejo.
Tratando en lo posible de no afectar sus sentimientos,
comencé a hablar poco a poco sobre la nostalgia
que siempre he captado en sus pinturas.
Él me escuchó en silencio, y levantándose
lentamente me invitó a acercarme al ventanal para contemplar el puerto, diciéndome:
-Allí está la poesía; nada hay que me haga sentir
tanta nostalgia como los barcos. - Y dirigió su
rostro apacible hacia el puerto, contemplando el
río azul negruzco con ojos velados por el ensueño.
Seguí con mi vista la dirección de su mirada y
quedé asombrado por los innumerables barcos
estacionados en el puerto. No fue su cantidad lo
que me asombró, sino los colores. ¡Allí estaban los mismos rojos y los mismos verdes que yo había
visto momentos antes en las aulas de su escuela!
- Yo los pinté - me contestó - es tan agradable
embellecer el puerto…”
“Quinquela, el artista de la nostalgia”. Isao Yamasaki.
Revista Kaizo. Japón, marzo de 1953. Traducido por
Kazu Takeda
Revista Claudia. Noviembre de 1960
Cementerio de barcos de La Boca y Barracas.
“Cada barco, o grupo de barcos, se individualiza,
tiene personalidad propia: desde el gigante
armatoste que, en el astillero, representa el embrión
de una nave, hasta la trágica chata que aparece
medio sumida ya en las aguas tranquilas de un
rincón del puerto. Hay barcos que descansan, que
se diría que duermen en la noche azul, profunda y
constelada de lucecillas; otros que se desperezan
en las largas horas calurosas de la siesta.
Algunos son los centros enormes de actividad de un trepidante hormiguero humano, humeante
en la ciclópea tarea de la descarga. Otros tienen
líneas aristocráticas, perfilan elegantes su velamen
sobre cielos crepusculares de un romanticismo
neurasténico”.
Comentario sobre una muestra de Quinquela.
La Nación, 6 de noviembre de 1918.
Procesión náutica. 1975.